A todos nos gustaría evitar la odiosa frustración de no ser queridos. A veces, para lograrlo, nos volvemos neuróticamente manipuladores: Manejo la situación para poder engañarme y creer que me sigues queriendo, que sigues siendo mi punto de apoyo, mi bastón.
Y empiezo a descender. Me voy metiendo en un pozo cada vez más oscuro buscando la iluminación del encuentro.
El primer peldaño es intentar transformarme en una necesidad para ti.
Me vuelvo tu proveedor selectivo: te doy todo lo que quieras, trato de complacerte, me pongo a tu disposición para cualquier cosa que necesites, intento que dependas de mí. Trato de generar una relación adictiva, reemplazo mi deseo de ser querido por el de ser necesitado. Porque ser necesitado se parece tanto a veces a ser querido. Si me necesitas, me llamas, me pides, me delegas tus cosas y hasta puedo creer que me estás queriendo.
Pero a veces, a pesar de todo lo que hago para que me necesites, tu no pareces necesitarme. ¿Qué hago? Bajo un escalón más. Intento que me tengas lástima…
Porque la lástima también se parece un poco a ser querido.
Así, si me hago la víctima (Yo que te quiero tanto, y tu que no me quieres.
Este camino se transita demasiado frecuentemente. De hecho, de alguna manera todos hemos pasado por este jueguito. Quizá no tan insistentemente como para dar lástima, pero quién no dijo:
“¡Cómo me haces esto a mí!”
“Yo no esperaba esto de ti, estoy tan defraudado… estoy tan dolido…”
“No me importa si tu no me quieres… yo sí te quiero”.
Pero la bajada continúa…
¿Y si no consigo que te apiades de mí? ¿Qué hago? ¿Soporto tu indiferencia?… ¡Jamás!
Si llegué hasta aquí, por lo menos voy a tratar de conseguir que me odies.
A veces uno se salta alguna etapa… baja dos escalones al mismo tiempo y salta de la búsqueda de volverse necesario directamente al odio, sin solución de continuidad. Porque, en verdad, lo que no soporta es la indiferencia.
Y sucede que uno se topa con gente mala, tan mala que…¡ni siquiera quiere odiarnos! Qué malas personas, ¿verdad?
Quiero que aunque sea me odies y no lo consigo.
Entonces… Estoy casi en el fondo del pozo. ¿Qué hago?
Dado que dependo de ti y de tu mirada, haría cualquier cosa para no tener que soportar tu indiferencia. Y muchas veces bajo el último peldaño para poder tenerte pendiente: Trato de que me tengas miedo. Miedo de lo que puedo llegar a hacer o hacerme (fantaseando dejarte culpable y pensándome.
Cuando la búsqueda de tu mirada se transforma en dependencia, el amor se transforma en una lucha por el poder. Caemos en la tentación de ponernos al servicio del otro, de manipular un poco su lástima, de darle rabia y hasta de amenazarlo con el abandono, con el maltrato o con nuestro propio sufrimiento.
(Jorge Bucay de su Libro Camino a la Autodependencia).
Etiqueta: Jorge Bucay
Reflexión del Dia: 22 de Febrero
Un codependiente es un individuo que padece una enfermedad similar a cualquier adicción, diferenciada sólo por el hecho (en realidad menor) de que su “droga” es un determinado tipo de personas o una persona en particular.
Exactamente igual que cualquier otro síndrome adictivo, el codependiente es portador de una personalidad proclive a las adicciones y puede, llegado el caso, realizar actos casi (o francamente) irracionales para proveerse “la droga”. Y como sucede con la mayoría de las adicciones, si se viera bruscamente privado de ella podría caer en un cuadro, a veces gravísimo, de abstinencia.
La codependencia es el grado superlativo de la dependencia enfermiza. La adicción queda escondida detrás de la valoración amorosa y la conducta dependiente se incrusta en la personalidad como la idea: “No
puedo vivir sin ti”.
Siempre alguien argumenta:
—…Pero, si yo amo a alguien, y lo amo con todo mi corazón, ¿no es cierto acaso que no puedo vivir sin él?
Y yo siempre contesto:
—No, la verdad que no.
La verdad es que siempre puedo vivir sin el otro, siempre, y hay dos personas que deberían saberlo: yo y el otro.
Me parece horrible que alguien piense que yo no puedo vivir sin él y crea que si decide irse me muero…
Me aterra la idea de convivir con alguien que crea que soy imprescindible en su vida.
Estos pensamientos son siempre de una manipulación y una exigencia siniestras.
El amor siempre es positivo y maravilloso, nunca es negativo, pero puede ser la excusa que yo utilizo para volverme adicto.
Por eso suelo decir que el codependiente no ama; él necesita, él reclama, él depende, pero no ama.
Sería bueno empezar a deshacernos de nuestras adicciones a las personas, abandonar estos espacios de dependencia y ayudar al otro a que supere los propios.
Me encantaría que la gente que yo quiero me quiera; pero si esa gente no me quiere, me encantaría que me lo diga y se vaya (o que no me lo diga pero que se vaya). Porque no quiero estar al lado de quien no quiere estar conmigo…
Es muy doloroso. Pero siempre será mejor que si te quedaras engañándome.
(Jorge Bucay de su Libro Camino a la Autodependencia).
El "cuartito" de herramientas…
Recibir ayuda no es lo mismo que depender…
En el fondo de mi casa hay un cuarto de herramientas. Tengo allí todas las herramientas que podría necesitar para las tareas con las que me enfrento a diario. ¡Es increíble! Hubo una época de mi vida en la que todavía no había descubierto la existencia de este cuarto del fondo. Yo creía que en mi casa simplemente no había un lugar para las herramientas. Cada vez que necesitaba hacer algo tenía que pedir ayuda a alguien o pedir prestada la herramienta necesaria. Me acuerdo perfectamente el día del descubrimiento:
Yo venía pensando que debía tener siempre a mano las herramientas que más usaba y estaba dispuesto a hacerme de ellas, pero me quedé pensando que antes debía encontrarles un lugar en mi casa para poder guardarlas. Recordaba con nostalgia el cuartito de chapa del fondo de la casa de mi abuelo Mauricio y tenía muy presente mi inquietud de aquel día en que llegué a casa con MI primera herramienta. Me desesperaba pensar que se me podía perder si no le encontraba un lugar. Al final, por supuesto, la había apoyado en un estante cualquiera y todavía recuerdo en los puños la bronca de no encontrarla cuando la necesitaba y tener que ir a buscarla a las casas de otros como si no la tuviera.
Así fue que salí al fondo pensando en construir un cuartito pequeño en el rincón izquierdo del jardín. Que sorpresa fue encontrarme allí mismo,en el lugar donde yo creía que debía estar mi cuarto de herramientas, con una construcción bastante más grande que la que yo pensaba construir. Un cuarto que después descubrí, estaba lleno de herramientas.
Ese cuarto del fondo siempre había estado en ese lugar y, de hecho, sin saber cómo, mis herramientas perdidas estaban ahí perfectamente ordenadas al lado de otras extrañas que ni sabía para qué servían y algunas más que había visto usar a otros pero que nunca había aprendido a manejar.
No sabía todavía lo que fui descubriendo con el tiempo, que en mi cuarto del fondo están «TODAS», las herramientas que todas están diseñadas como por arte de magia para el tamaño de mis manos y que todas las casas tienen un cuarto similar.
Claro, nadie puede saber que cuenta con este recurso si ni siquiera se enteró de que tiene el cuartito; nadie puede usar efectivamente las herramientas más sofisticadas si nunca se dio el tiempo para aprender a manejarlas; nadie puede saberse afortunado por este regalo mágico si prefiere vivir pidiéndole al vecino sus herramientas o disfruta de llorar lo que dice que a su casa le falta.
Desde el día del descubrimiento no he dejado de pedir ayuda cada vez que la necesité, pero la ayuda recibida siempre terminó siendo el medio necesario para que, más tarde o más temprano, me sorprendiera encontrando en el fondo mi propia herramienta y aprendiera del otro a usarla con habilidad.
Los recursos internos son herramientas comunes a todos, no hay nadie que no los tenga. Uno puede saber o no saber que los tiene, uno puede haber aprendido a usarlos o no. Podrás tener algunas herramientas en mejor estado que otros, que a su vez te aventajarán en otros recursos. Pero todos tenemos ese “cuartito de herramientas” repleto de recursos, suficientes, digo yo, si nos animamos a explorarlo.
El pasaporte del sufrimiento
Todo vale la pena. Porque somos quienes somos por aquello que hemos vivido. Somos quienes somos por aquello que algunas personas dejaron en nosotros, pero somos absolutamente quienes somos gracias a aquello que hemos perdido, gracias a eso que ya no está con nosotros.
Es tan fácil darse cuenta cuando a uno no lo quieren: basta con mirar al otro fijamente a los ojos. ¿Alcanza con verlo moverse en el mundo? ¿Es suficiente con preguntarle o preguntarme? Si así fuera, ¿como se explica tanto desengaño? ¿Porque la gente se defrauda tan seguido si, en realidad, es tan sencillo darse cuenta de cuanto les importamos o no les importamos a los que queremos? ¿como puede asombrarnos el descubrimiento de la verdad del desamor? ¿como pudimos pensarnos queridos cuando, en realidad, no lo fuimos? Hay aquí algo para aprender: nadie es mas vulnerable a creerse algo falso que aquel que desea que la mentira sea cierta.
Y es mentira que tenemos que cargar con cada cosa que hemos querido y valorado; y es mentira que debemos seguir adelante con todo lo de antes, con todo lo que ya no está. Perdemos. Perdemos no solo a través de la muerte sino a través del abandono, del cambio, a través de seguir adelante. Nuestras perdidas incluyen también nuestras renuncias conscientes o inconscientes: la perdida de los sueños románticos, la cancelación de nuestras esperanzas irrealizables, la perdida de las ilusiones de libertad, de poder, de seguridad y, porque no, tambien, la perdida de nuestra juventud.
Es imposible poder aceptar con una sonrisa todas las cosas que, lamentablemente, son ciertas e ineludibles. Hace falta aceptar la verdad que no queremos asumir de una vez y para siempre. Que nuestra madre va a dejarnos, y nosotros vamos a dejarla a ella, que el amor de nuestros padres nunca será exclusivamente para nosotros, que aquello que nos hiere no siempre puede ser remediado con besos, que esencialmente estamos aquí solos. Que tendremos que aceptar el amor mezclado con el odio, con lo bueno y con lo malo. Que a pesar de ser como se esperaba que sea una niña no podrá casarse con su padre, que alguna de nuestras elecciones estan limitadas por nuestra anatomia, que existen defectos y conflictos en todas las relaciones humanas. Que no importa cuan listos seamos, a veces nos toca perder. Habrá que aceptar que somos irremediablemente incapaces de ofrecer a nuestros seres queridos o a nosotros mismos la protección contra todo peligro, contra todo dolor, contra el tiempo perdido, contra la vejez o contra la muerte.
Muchas veces la vida está relacionada con soltar lo que alguna vez nos salvó, soltar las cosas a las cuales nos aferramos intensamente creyendo que tenerlas es lo que nos va a seguir salvando de la caída.
(Jorge Bucay).
http://www.youtube.com/watch?v=2an5ZbwKF5g
Dejar Ir… Soltar
Cuando uno de los miembros de la pareja deja de amar y decide alejarse hay una persona que siente un gran dolor, y que siente el peso de la pérdida de una manera diferente.
Esta persona es la que sigue amando, la que no puede comprender o, que si bien comprende lo que sucede no lo entiende o se niega.
De pronto debe asumir su vida, su pena, y elaborar el duelo.
Es ahí cuando empezamos a comprender que a veces no podemos tener todo lo que queremos, y que la vida, o el mundo no era como lo imaginamos.
Soñamos con una vida en pareja, siempre sintiéndonos amados y amando, en terminar nuestra vida al lado de la persona amada, y así de sueño en sueño un día nos despertamos ante esa realidad: Ya no nos aman.
Nos llenamos de preguntas sin respuestas: ¿por qué? ¿cuándo?
Amar implica correr ese riesgo, y cuando se ama de verdad se sufre. Ante la pérdida debemos tratar de elaborar el duelo, y poco a poco lograr separarnos de lo que ya no está.
Si no aprendemos a soltar, si no dejamos ir, si el apego puede más que nosotros y nos quedamos ahí atados, pegados a esos sueños, a esas fantasías, a esas ilusiones, el dolor crecerá sin parar y día a día nuestra tristeza, y nuestro sufrimiento serán los compañeros de ruta, de una ruta hacia la depresión, la falta de incentivo, la falta de vida.
Cuesta soltar aquello que amamos, duele sentir que ya no somos amados pero en ese dolor estamos creciendo y madurando y si aprendemos a soltar estamos dejando atrás una parte de nuestra historia y empezamos a abrirnos a lo diferente, a lo desconocido.
Dejar ir esa es la clave, no es fácil, no es simple: Duele… y como dice Bucay:
» A mi me parece que la vivencia normal de una pérdida tiene que ver justamente con animarse a vivir los duelos, con permitirse padecer el dolor como parte del camino. Y digo dolor y no el sufrimiento, porque sufrir es resignarse a quedarse amorosamente apegado a la pena… Quiero poder abrir la mano y soltar lo que hoy ya no está, lo que hoy ya no sirve, lo que hoy no es para mí, lo que hoy no me pertenece. No quiero retenerte, no quiero que te quedes conmigo porque yo no te dejo ir. No quiero que hagas nada para quedarte más allá de lo que quieras. Mientras yo deje la puerta abierta voy a saber que estás acá porque te queres quedar, porque si te quisieras ir ya te habrías ido…»
(Jorge Bucay).
[youtube=http://www.youtube.com/watch?v=FC-443HGH1Y]
[youtube=http://www.youtube.com/watch?v=K43BVZbkK0w]
[youtube=http://www.youtube.com/watch?v=EFqSNX643Ws]