Siendo codependientes, muchos de nosotros no confiamos en nuestro criterio. Entendemos verdaderamente el horror de la indecisión. Las elecciones más insignificantes, como qué ordenar en el restaurante o qué marca de detergente comprar, nos paralizan. Las decisiones significativas más importantes que afrontamos, entre las cuales están cómo resolver nuestros problemas, qué hacer con nuestras vidas, y con quién vivir, pueden abrumarnos. Muchos de nosotros sencillamente nos damos por vencidos y nos rehusamos a pensar en estas cosas. Algunos permitimos que las circunstancias u otras personas decidan por nosotros.
Por una multitud de razones hemos perdido la fe en nuestra capacidad para pensar y razonar las cosas. Creer en mentiras, mentirnos a nosotros mismos (negación), el caos, el estrés, la baja autoestima y un estómago lleno de emociones reprimidas puede nublar nuestra capacidad para pensar. Nos confundimos. Pero no quiere decir que no podamos pensar.
Reaccionar en exceso puede deteriorar nuestro funcionamiento mental. La capacidad de decisión se ve obstaculizada al preocuparnos de lo que pensarán otras personas; al forzarnos a nosotros mismos a ser perfectos, y al decirnos que nos demos prisa. Creernos equivocadamente que no podemos hacer la elección “incorrecta”, que nunca tendremos otra oportunidad, y que el mundo entero espera esta decisión en particular. No tenemos que autofastidiarnos de esta manera.
Odiarnos, negarnos la posibilidad de tomar decisiones correctas, y luego echarnos encima una retahila de “debería de” cada vez que tratamos de tomar decisiones, tampoco ayuda a nuestro proceso de pensamiento.
(Melody Beattie de su Libro Ya No Seas Codependiente).